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lunes, 3 de septiembre de 2012

Mientras.

Sube la escalera y la mira. Mientras ella juega con sus ojos. Ve cada uno de sus movimientos, su forma de actuar y expresar. Ella no lo sabe, nunca lo ha sabido. Se convierten en dos seres fríos dentro de un laberinto sin salida. No conocen lo que piensan, ni lo que sienten. No saben vivir, vivir en soledad. Y luego vuelven, se miran, se abrazan y se besan. El mundo no los mira, porque no le importa. Claro, no le importa hacerles bien. Pero siempre sera un punto por que cuál deberán saltar cada día sobre él para poder sobrevivir. Él no quiere conocer lo hermoso del mundo, no quiere saber que hay luz. Prefiere quedarse encerrando mirando como cae la lluvia sobre su galpón. Como mojan las hojas sus lágrimas y como el tronco se desarma. Ella está petrificada. Toma sus manos con fuerza, busca aferrarse a algo. Pareciera que se pierde en él, y que él ya está dentro de ella. Adoran esos encuentros en los que pueden ver llamas en sus ojos, y brillo en su piel. No saben hablar, han transformado las palabras en una utopía encerrada que solo ellos conocen. No quieren perder el sentido. No existe nada más maravilloso. Ellos esperan, aún no saben muy bien qué. Y no saben que esperan lo mismo. Que quede claro que no es lo que esperan todos, de hecho, todo lo contrario.

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